COvidA

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Introducción: los mandamientos

Estoy escribiendo estas líneas y sé muy bien que hoy es sábado, son las tres de la tarde y afuera hace sol. Dicen que el encierro y la rutina producen en las personas una pérdida de la noción del tiempo, afortunadamente todavía sé cuándo estoy. No llevo la cuenta de los días de cuarentena, pero lo puedo calcular fácilmente. Tampoco escribo crónicas diarias, no hice budín de banana ni me rapé la cabeza. No compré más de lo que necesitaba, no siento una irrefrenable necesidad de salir, no hice videollamadas hasta con aquellos parientes con quienes no hablo hace años. Y aunque la cuarentena la estoy pasando solo –o más bien, con la sola compañía de mi perrita–, no estoy desesperado por tener relaciones sexuales. Quizá estoy fumando un poco más de lo habitual, pero mi vida no dio ningún giro drástico; como dijo Morrissey, todos los días son como domingos y, a la vez, no.

Pienso en lo diferente que sería vivir esto sin internet, pero es una fantasía vana: internet existe, el abanico de redes sociales y plataformas de comunicación también, y en ellas circulan los mandamientos del deber ser en aislamiento. Por supuesto no es el decálogo ni está escrito como un manual, sino que está inserto sutilmente en el contenido que circulamos. Lo que estoy diciendo no es nada nuevo, la modelación de las subjetividades pasa con tal sigilo que no nos damos cuenta. O sí, y a partir de allí decidimos abrazar el paquete, tomar algunas cosas, rechazarlas por completo o sentarnos a escribir una crítica mediocre como esta.

Los mandamientos del Estado patriarcal-paternalista (o maternalista como se lo llamó, en un intento de lavada de cara, desde algún feminismo) podrán serle útiles a quienes se sientan cómodos en el papel de hijo en los brazos protectores del padre. Probablemente regulen con efectividad la salud pública, la seguridad y la economía para que la estructura capitalista pueda sostenerse con todas las piezas en su lugar. El Estado nos confina al enclaustramiento preventivo, pero ¿qué pasa dentro de nuestros hogares? ¿Quién regula nuestra vida privada? Y vos, ¿ya transmitiste tu vivo del día?

Las redes sociales son formadoras de la subjetividad y existen en la relación simbiótica como soporte para quienes producen el contenido y para quienes lo consumen. Por un lado, la masificación de los challenge[1], los juegos de adivinar algo sobre la persona, incluyendo las recomendaciones sanitarias en el marco de una pandemia, que son lineamientos sobre qué debemos hacer; por otro, la publicidad de las actividades privadas (compartir fotos y videos cocinando, comiendo, viendo contenido de Netflix) que también nos sugieren qué hacer, pero también nos sugieren cómo debemos sentirnos construyendo narrativas desde lugares comunes como la soledad, la tristeza, la angustia, la abstinencia sexual, el miedo, etc. Y es que las redes sociales son el entorno propicio para la imitación.

– Menos mal que la charlatana de al lado me imita en todo: yo hago puchero, ella hace puchero; yo hago ravioles, ella hace ravioles.
China Zorrilla interpretando a Elvira en Esperando la carroza (1985)

La imitación es un proceso natural del aprendizaje y se manifiesta tanto en los seres humanos como en otros animales. Otra característica que se extiende entre los seres vivos (y también los virus) es la necesidad de reproducción, es decir de replicación del material genético. Cuando se acuñó el término meme, mucho antes de que internet lo instalara en nuestro vocabulario cotidiano, se hablaba de la capacidad de replicar un fenómeno cultural y expandirlo dentro de la cultura, del mismo modo que un gen puede replicarse dentro de una especie. El meme es el motor de TikTok, una aplicación que dispone a sus usuarios una batería de grabaciones de sonido para que sus usuarios puedan crear un video con su propia interpretación escénica de ese audio. 

Pero la potencia del meme no acaba ahí. El meme es la foto de las papas al horno y es la foto beboteando[2]. El meme es la transmisión en vivo haciendo yoga o relatando la angustia que genera el encierro. El meme es también la cadena de oración con el mensaje del Papa y la infografía con las indicaciones para evitar el contagio del virus. El meme es el video del vecino linchando al vecino y el de la policía abusando de los pibes en los barrios.

El ser que existe en las redes sociales cae, inevitablemente, en la lógica el meme porque el mandamiento es el de la replicación. Y en este contexto se visibilizan una causa: el miedo, una reacción: la prevención, y una consecuencia: la rutina.

El miedo

Así como un buen virus no debería matar a su huésped ya que lo necesita para su replicación, el Estado debe mantener saludable a su ciudadanía para que pueda sostener la estructura productiva del capitalismo. Queda claro que el Estado no es benevolente, sino que responde a la demanda del sistema que, a su vez, lo sostiene y borra todas las individualidades convirtiéndolas en recursos humanos de la maquinaria del Capital.  Ahora bien, supongamos que no hubiera un Estado que nos obligase con fuerza de ley a permanecer en el encierro de nuestros hogares y que decidiéramos colectivamente aplicar esta medida de prevención, ¿qué es lo que motiva la toma de esta medida? La voluntad de vivir o, dicho de otro modo, el miedo a la muerte.

Si entendemos la muerte como la obturación de toda potencia, la voluntad de vivir es la fuerza que empuja a la potencia, es decir, a las posibilidades, al deseo, y si nos sabemos humanos, por tanto, finitos, damos por hecho que la muerte está ahí y que es común a todos. Lo que nos inquieta es el cuándo.

Existe una narrativa empujada por los medios de comunicación que sostiene que el virus no discrimina, es decir que cualquiera de nosotros podemos contagiarnos a la vez que la Reina Elizabeth II del Reino Unido[3], lo que significa una democratización de la muerte. Es sospechoso que, si las condiciones sanitarias no son democráticas, la muerte sí lo sea. Y es que esto no hace más que ocultar que, efectivamente, aquellos que tienen acceso a mejores medios de salud tienen la ventaja por sobre quienes están en una situación de mayor vulnerabilidad. Se busca instalar una sensación de consuelo haciéndonos creer que estamos peleando una misma batalla en igualdad de condiciones, cuando está muy lejos de ser así. Y como siempre, los trabajadores, en particular aquellos que menos tienen, son los beneficiarios de un pasaje VIP a la morgue. Pero tampoco es tan así.

Los datos que conocemos muestran que la tasa de mortalidad a causa de COVID-19 está cerca del 4% de los infectados, pero que esto no se da necesariamente por la letalidad del virus, sino por la cantidad de infectados versus la capacidad de respuesta sanitaria. Es así que países como Alemania o Suecia, donde el sistema de salud puede responder, no se obligó a la población al encierro, y tienen las cifras más bajas de muertos en relación al total de infectados.[4] La crítica debería hacerse, entonces, a una infraestructura de salud deficiente. Y, no mucho menos, a los medios de comunicación que se alimentan del número diario de muertos e infectados para hacer apología del miedo.

Los seres humanos priorizamos el sentido de la vista por sobre los demás, nuestro mundo entra por los ojos y el miedo a la oscuridad es justamente la reacción instintiva a la anulación de este sentido mediante el cual percibimos nuestro alrededor: nos encontramos vulnerables, desprotegidos. Se dice que se trata de un enemigo invisible, porque al virus no se lo puede ver sino por medio de instrumentos complejos de laboratorio. Lo que vuelve más terrorífico es su invisibilidad, saber que el peligro está ahí, en cualquier superficie, en el picaporte y en el pasamanos, en los billetes y las bolsas del supermercado, pero, sobre todo, en otras personas. Así se instala otra forma de peligro, un enemigo que reside en el cuerpo del otro. 

File source: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Francisco_Jos%C3%A9_de_Goya_y_Lucientes_-_The_sleep_of_reason_produces_monsters_(No._43),_from_Los_Caprichos_-_Google_Art_Project.jpg
El sueño de la razón produce monstruos, grabado 43 de la serie Caprichos, Francisco de Goya (1797-1799)

El miedo apaga la razón y enciende el sentido común. Fogoneados por el miedo al prójimo emergieron una serie de fantasmas de lo más reaccionarios, como escraches y linchamientos entre vecinos o denuncias a mansalva contra todo aquel que incumpliera con el deber ciudadano de mantenerse aislado y comprometiese la salud pública. Una sociedad atomizada y con miedo es un caldo de cultivo propicio para los fascismos, donde disfrazados de políticas de protección y prevención, el control y la represión sobre la población se profundizan.

La prevención

Leer cualquier artículo acerca de cómo funciona el sistema de video-vigilancia aplicado en China, parece una obra de ciencia ficción. Quizás en Latinoamérica nos resulte exótico pensar en cámaras instaladas por doquier, con un sistema de reconocimiento facial y un aparato de almacenamiento de datos que permite realizar inteligencia fina sobre las personas. Incluso alguno ha renegado por la obligatoriedad del uso de tarjeta SUBE en Buenos Aires y algunas otras ciudades de la Argentina, porque permitiría realizar un trazado de los lugares por donde se mueve una persona. Pero no debemos olvidarnos que las aplicaciones que más usamos en nuestros celulares tienen a disposición mucho más que nuestra ubicación. Aunque Google y Facebook aseguraron que no abren ni abrirán sus datos para que sean implementados en salud y seguridad, algunos Estados obligaron a sus ciudadanos a instalar aplicaciones ad-hoc o bien a compartir la información de aplicaciones de terceros como Whatsapp, para poder aplicar mecanismos de seguimiento sobre cada persona y así reducir contagios atenuando el impacto de la pandemia.[5]

No existe aún hoy en América Latina el despliegue tecnológico para implementar un sistema de inteligencia biométrica similar al chino, pero sin dudas podría haberlo en un futuro cercano si lo permitimos. No es mi intención ser alarmista, sino atender a estos cambios que suelen darse de forma tan paulatina y a la vez acelerada que en la retrospectiva nos pueden sorprender. Mientras tanto, nuestra vigilancia queda encomendada al Estado y sus instituciones, o a algún vecino colgado de su balcón con un megáfono amenazando a los transeúntes.

Estamos en la batalla contra el enemigo invisible. Cuando digo batalla me refiero a que se ha establecido un discurso belicista contra un enemigo: el virus SARS-COV-2, y esto no es casual. Históricamente los Estados han utilizado al enemigo como excusa para hacer uso de las instituciones en favor de sus intereses, y no hay motivos que demuestren que esta sería la excepción, sino todo lo contrario. Los Estados latinoamericanos han desplegado sus fuerzas represivas, y lo hicieron con gran apoyo de la sociedad. ¿Cómo es posible celebrar la policía en las calles luego del terrorismo de Estado que sufrió Latinoamérica? La receta que han elaborado, y con buenos resultados, consiste en instalar la paranoia colectiva convenciéndonos de que el enemigo es el otro. Y ¿quién mejor que el Estado y las instituciones para protegernos?

Quis custodiet ipsos custodes? reza una inscripción latina que quiere decir “¿quién vigila a los vigilantes?”. Al minuto uno de decretada la Emergencia Sanitaria en Argentina, la policía estaba cometiendo con total impunidad los abusos que le son propios.

– Papá, estás abusando de tu poder con todos los policías civiles, y es que, si tú eres la policía, ¿quién vigila a la policía?
Lisa Simpson en Homero DetectiveLos Simpson temporada 5, episodio 11 (1994)

La coerción no será la mejor táctica, pero quizá sea la más efectiva –cuanto menos en China produjo buenos resultados–. No obstante, sea por mandato o no, quienes tenemos un espacio habitacional donde poder cumplir el encierro, apelamos a esta forma de prevención. 

La rutina

Bajo el título de “Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio” el Estado nos condenó al encierro, sin embargo, las herramientas de comunicación actuales nos fuerzan a redefinir el término aislamiento en un contexto donde se extendió el uso de aplicaciones como Zoom, que permiten realizar videollamadas grupales. La hipercomunicación ha sido criticada en muchas oportunidades, y lo que no podemos dejar de lado es la necesidad de poner el cuerpo en toda relación humana.

Somos una sociedad reactante selectiva, es decir que reaccionamos en contradicción a las reglas que suprimen nuestras libertades, pero no en todos los casos. Cuando la persuasión es expresa (quedate en casa o serás penado) la piscología inversa se nos ríe en la cara y automáticamente sentimos la imperiosa necesidad de salir, mientras que otro tipo de condicionamientos que llegan de manera subliminal, como los estereotipos de belleza, los internalizamos y naturalizamos sin chistar.

Parece ser que nos arrancaron de nuestras rutinas para instalarnos nuevas formas de vida rutinaria. El problema no es que seguimos, como Sísifo, levantando una piedra hasta la cima de la montaña, es que no podemos elegir qué piedra ni qué montaña. Pero seamos francos, ¿alguna vez fuimos libres de elegirlo?

Desmond Hume vivió encerrado en un búnker en una isla remota donde debía inyectarse una vacuna para prevenir una peste que había en el exterior e ingresar una seguidilla de números en una computadora para salvar al mundo. LOST (2004-2010)[6]

En algún manual de cine se explica cómo mostrarle al espectador que una acción o serie de acciones son parte de una rutina: la técnica es simple, basta con iterar, es decir, repetir con sutiles variaciones, cada una de estas acciones. Y si hay algo en lo que somos buenos es replicando, pero también repitiendo. Porque la repetición es un astro para un navegante, es la constante que nos da seguridad. Y así, ante la página en blanco frente a la que nos encontramos, debemos armar nuestras nuevas rutinas e, inevitablemente, acabamos instituyendo nuevos rituales como los aplausos de las nueve.

#QuedateEnCasa porque es el método más efectivo de protección. Dicho de otro modo, el hogar es el lugar seguro, el exterior es peligroso. La prisión recluye al criminal para corregirlo, pero también lo hace para proteger a la sociedad del peligro que este sujeto significa, hasta que pueda ser reinsertado. Ante la imposibilidad de separar al virus-criminal, la cuarentena hace de nuestros hogares a la vez cárceles y fortalezas.  

Nos encontramos frente a un escenario donde el recorte de lo que podemos hacer es evidente y, súbitamente, tenemos tiempo libre. En un sistema alienante en el que la jornada laboral ocupa, cuanto menos, un tercio de nuestros días, el tiempo libre se traduce en tiempo de ocio. Ahora bien, cuando la jornada laboral está suspendida y el tiempo libre pasa al estrado, aparece el fantasma de la productividad. Claro, ocupar un tercio de nuestros días trabajando es ser productivos, no trabajar es ser improductivos. Y la productividad es un imperativo.

Hay un bombardeo de actividades para mantenernos ocupados durante la cuarentena: ordenar la casa, hacer arreglos del hogar, incursionar con nuevas recetas en la cocina, hacer ejercicio con cosas comunes, y miles más. Hay que mantenerse ocupado, mantenerse en movimiento, no hay que parar. ¿Qué significa quedarse quieto? La maquinaria capitalista no puede detenerse porque dejar de producir significa dejar de generar ganancias, el impacto es económico y, por supuesto, los platos rotos los pagan los trabajadores.

Siempre pensé las vacaciones como una suspensión del tiempo: uno se va del trabajo –dos semanas, quizá– y cuando vuelve está todo ahí, en el mismo lugar, como si el mundo hubiera estado en pausa. Como despertar de un coma, pero al revés. ¿Y si nuestra cotidianidad es el coma y ahora estamos viviendo un instante de lucidez? Se habla sobre los daños que produce el encierro en la salud mental, ¿será que comportarnos diferente a lo cotidiano, es decir, a lo normal, es estar loco?

Ante la sensación de fin del mundo que se vivió mientras la peste negra azotaba Europa a mediados del siglo XIV, el sistema feudal entró en crisis ya que los trabajadores no veían el sentido de trabajar para otro. Estoy lejos de creer que este es el fin del mundo tal como lo conocemos, pero sin dudas es un buen momento para buscar nuevas formas de pensar la vida privada y, por qué no, la colectiva.


[1] Desafíos que instan a cada usuario a replicar una prueba determinada (volcarse un balde de agua fría encima, tirar una botella de agua y lograr que caiga parada, entre miles más), grabarla y compartirla en sus redes sociales.

[2] Una práctica narcisista que consiste en publicar fotos sexies con el propósito de reforzar el ego exponiendo el cuerpo en un mercado de carne virtual.

[3] En los últimos días de marzo circuló una fake news donde aseguraban que el muestreo a Elizabeth II dio positivo al test de SARS-COV-2.

[4] Mapa global de COVID-19 de la Universidad Johns Hopkins: https://www.arcgis.com/apps/opsdashboard/index.html#/bda7594740fd40299423467b48e9ecf6

[5] Para ahondar sobre la situación china recomiendo leer a Byung-Chul Han: http://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html

[6] La rutina de Desmond se muestra en la primera secuencia de A la derivaLOST temporada 2, episodio 1, y puede verse aquí: http://www.youtube.com/watch?v=DgsNjTyGsRk